martes, octubre 3

Memo Vega y un ataque Bacardiáco

El maese Vega tuvo la gentileza de ocupar su valioso tiempo para relatar nuestra borrachera de hace unos días en su blog. Ahora he decidido dar mi versión de los hechos. No porque deseé debatir con él. Por el contrario, su relato iluminó algunos de los vacíos que dejó en mi memoria el Monstruo de la Laguna Mental. Con el paso de los días me fui acordando de algunos hechos más. Pues bien, he aquí mi crónica.

Corría el viernes 22 de octubre cuando me apersoné con un par de buenos amigos en la conocida cantina de San Ángel “La Providencia”, sitio que si bien no es de mis lugares favoritos para beber, si lo es para comer. Pues bien, mi idea era comer algo, regresar a mis labores de la tarde y en la noche buscar al Vega y a Luillo para platicar varios proyectos, entre ellos una estrategia de promoción en Argentina, un libro de ensayos sobre EL MAESTRO Edgar Allan Poe y demás.

Pues bien, infiel a mi pacto de no agresión con el tequila me bebí unos tragos del elíxir de agave y unas Víctorias. Huelga decir que me alimenté como marrano y confiado en que la comida retrasa las borracheras me seguí de filo y ya no regresé a trabajar. El error de cálculo se tradujo en cinco tequilas y diez cervezas, más o menos.

De ahí calculé el tiempo suficiente para llegar a la colonia Roma, pues la cita con mis comparsas etílicos era a las 9 de la noche. Me subí a un taxi.

Por cierto, vestía mi traje blanco de lino y camisa rosa. Bryan Ferry no se habría visto más elegante. El chafirete resultó estar más loco que una cabra y me relató una serie de disparates en los que él se describía como una especie de Charles Bronson justiciero que ponía en su lugar a los policías corruptos.

Por supuesto no aguanté más de dos semáforos y dormí el sueño de los justos para despertar –justo- a la altura de Casa Lamm. Cuando me bajé del taxi el tipo se quedó hablando solo. Busqué las instalaciones de Ad Hoc, con una pedita muy sabrosa entre pecho y espalda, y cuando entré ala vieja casona que alberga dicho laboratorio cultural, a lo lejos escuché la voz de tenor del buen Memo. Al poco rato llegó Luillo y decidimos enfilarnos a La Covadonga.

Pedimos un pomo. Caballerosamente Memo preguntó cuál sería nuestra botella. Bacardí, maestro, respondí con firmeza. ¿Solerita? No señor, yo soy muy corriente: Bacacho Blanco, para que combine con mi traje.

Debo confesar que no atravieso mi mejor momento emocional, así que el Bacacho me prendió como una enredadera enloquecida que se adhería a las paredes de mi esófago y mi sistema nervioso, para luego estallar en la azotea de mi alma. Poco a poco me fui embriagando hasta que pasó lo relatado por el maestro. Y en efecto, hablamos de películas, de grillas literarias, de ninfulas, de proezas alcohólicas y de pesos completos, entre ellos, Wilde, Garibay y Bukowski. Yo me acordé de una anécdota de Garibay de niño: decía que en su barrio, en las noches, generalmente pasaban caminando borrachos apuñalados, pero que en su inocencia él siempre creyó que eran la misma persona. Pero solo pensé en la anécdota, no dije nada (por lo menos no lo recuerdo) qué imagen más aterradora. También hablamos de viejos amores, Joaquín Sabina y de putas. Creo que en ese punto me dediqué a mentir descaradamente. Y cómo me habré emborrachado que no reparé en las chicas guapas de la mesa de al lado.

Al poco rato llegó mi primo –Mike- y un amigo –Raul- y para entonces ya llevabamos un pomo, no creo que hubiera pasado más de hora y media.

Llegó uno nuevo, la superficie de su contenido bajó poco a poco, como la marea en las madrugadas. Y de pronto, ya lo he dicho, me vi llorando en el baño, quejándome de mi soledad, creyendo que nunca tendría hijos y que terminaría mis días tal como estaba en ese momento: ebrio, deprimido, encabronado y caliente, pero eso sí, muy bien vestido. Valiente dandy, valiente escritorcillo de veinte pesos. Valiente borracho que toma taxis por temor a caminar apuñalado.

Mike me consoló, y como en mis borracheras suelo alcanzar cierta bipolaridad, no le costó mucho trabajo, al poco tiempo ya estaba feliz como una lombriz.

Y sí, de ahí fuimos al Under. A últimas fechas no me agrada mucho el Under, pero como se ha erigido en la catedral del Death Rock y los posers, el hecho de plantarme ahí, ataviado cual Don Johnson en Miami Vice, me pareció un acto de dandysmo al que no podía negarme. Y así fue, llegué partiendo plaza mientras las lolitas góticas me veían y suspiraban, para luego sonreír y tocarse el pelo -por supuesto eso no pasó. O bien para no darse cuanta de mi, pero si del traje, esforzándome en ignorarme como si fuese un policía undercover buscando una presa en lugar equivocado –por supuesto eso si sucedió.

Uno de mis momentos climáticos fue cuando tocaron Tren al Sur. En ese momento tuve ganas de llorar, pero de gusto.

Y justo cuando yo recuperaba el sentido, el maese Vega perdía el suyo –pero nunca el estilo- y se dedicó abañar a medio mundo con cerveza. Cosa que a pesar que nos arriesgó a una eventual madriza, me dio mucho gusto. Su sola imagen parecía decir, “a chingar a su madre bola de farsantes”. Pero los agraviados se multiplicaban, así que nuestros cuates nos sugirieron bajarle de huevos.

Y Memo y Raúl se fueron. Es curioso que ambos se cayeran muy bien y dijeran, cada uno por su lado, que uno y otro eran a toda madre. Y digo que es curioso por que años ha trabajaron juntos y no se acuerdan.

Como yo no me acuerdo en qué momento volví a perder el estilo, y con él, la vertical.

Afortunadamente mi amigo Edgar nos llevó a casita en su coche. Cuando desperté en la mañana me vi en el espejo que tengo frente a mi cama. Mi cabeza emergía solitaria de las sábanas, parecía un decapitado. Me acordé del gran Juanito López Moctezuma y su programa de Jazz en la noche, con el cuento sobre Guillotine.

En el desayuno Mike y yo tuvimos una charla muy inteligente y muy chingona. Ahí recordé lo leído por Memo “las crudas se curan pensando” (Mayra Luna dixit). La nostalgia arremetió con sorna y sabiduría: o cogiendo.

En fin, esa noche tuve una sabrosa catarsis, y una más sabrosa peda. Quiero expresar mi agradecimiento y cariño a todos los implicados. Ya tendremos oportunidad de repetirlo. Dejaré de beber, pero solo por un tiempo.

4 comentarios:

Marie Pain dijo...

Adorado mío,
La literatura de los escritorcillos de "20 pesos" es la más cabrona, por que se alimenta de alma, de carne y de visceras; en otras palabras es h-o-n-e-s-t-a

MP

Dr. Frantik dijo...

No se desanime mi querido mayor, recuerde eso de que la vida es una porquería, pero hay que vivirla como si no lo fuera. Está(mos) enmedio de la famosa crisis de los 30´s (me incluyo). No importa, saldremos adelante.

Respecto a su relato sobre el under, debo decirle que a usted le fue mejor que a mí, que por tirar una cerveza desde el balcón, fui cobardemente agredido por alguien, no sé quién, mi estado etílico me impide ahora recordarlo.

Le mando un fuerte abrazo, esperando verlo muy pronto para darnos terapia psicológica que incluya una vuelta por San Pablito, nomás pa´ver.

Dr. Frantik

Guillermo Vega Zaragoza dijo...

Pos sí, muy pedo muy pedo, pero bien que te acuerdas de más cosas que yo, je.

Nomas una cosa me dejó intrigado:
¿Raúl y yo trabajamos juntos? ¿Dónde? Con razón se me hacía conocido.

Un abrazote, ese mi mejor de los conductores suicidas (Sabina dixit)

G.

Rogelio Flores dijo...

Marie Pain, aquello de ser un escritor de veinte pesos fue resultado de un arrebato, ya hoy con más clama reconozco ser un escritor de veinticinco pesos. Mil gracias por las porras.
Sangre de mi sangre, esta crísis de los treinta nos la va a pelar, ya nos veo en poco tiempo como hombres exitosos y felices, o por lo menos pedos y echando desmadre.
Maestro Vega, Mr. Raul regenteaba con su esposa un changarro avecindado en Satelite llamado "Ines", donde usted impartió algunos cursos. Y gracias por lo del Conductor Sucida, como siempre, un abrazo.