Y al fin me encontré en medio de la llovizna del día moribundo, con los limpiaparabrisas en pleno funcionamiento, pero incapaces de detener mis lágrimas.”
Terminé con Lolita. Me siento extraño, incluso vacío. Hacía mucho no tardaba tanto en leer un libro, y conforme me acercaba al final, trataba de saborear cada letra y cada signo de puntuación. Y fue bello y doloroso. No quería terminarlo (o terminarla, dejarla en esa casucha miserable). No quería llegar al desenlace que bien conocía –por las dos versiones fílmicas- ni quería arribar al punto en que la nínfula se convierte en una mujer vulgar, insípida e ignorante de su mediocridad. No quería abandonar a Humbert Humbert, mi amigo (eterno extranjero, ajeno a su tiempo y a su espacio). Pero al mismo tiempo quería saber consumada la venganza, asistir a ese acto de justicia “por todo lo que hiciste y todo lo que no hice morirás” y quería cerrar el libro y no pensar en nada y dormirme (quizá llorar en silencio). Y sentir mi mano caliente con la pistola humeante y mirar la sangre maldita escurriéndose entre las sábanas como una víbora que se sabe culpable.
Ahora se han reacomodado las piezas en el trono de mis novelas favoritas.
Cumbres borrascosas ya no me parece la mejor novela de amor (soy un enfermo, lo se) con el respeto que me merece la señorita Bronte.
Y sin ningún método, ni orden de preferencia, dejo en este espacio los aterciopelados alfileres que atraviesan mi corazón, sin los cuales ya no podría vivir. Debo anticipar a quien lea esto que he cometido terribles pecados de omisión en materia de literatura, por ejemplo no he leído Los Miserables, lo cual me convierte, precisamente en eso, en un miserable. Dicho lo anterior, prosigo.
He aquí mi lista de favoritos.
Moby Dick, Herman Melville
Crimen y castigo, Fedor Dostoievski
El Conde de Montecristo, Alejandro Dumas
Frankenstein, Mary W. Shelly
Trópico de Cáncer, Hery Miller
Lolita, Vladimir Nabokov.
Qué razón la de aquella máxima (¿de Borges?) que solo existe un tema en la literatura: el perseguido y el persecutor. Veo que en mi cardumen de novelas entrañables todo se reduce a eso, a una persecución enloquecida, pero nunca (quizá aun estoy embriagado todavía) tan hermosa como la del “Cazador encantado” (¿Encantado por su propia presa?), la de ese hombre que en cierta medida, somos todos los hombres. ¿Ese será el amor, la contemplación de la pureza que en nuestra mente febril, acariciamos corromper y que termina por hacernos trizas?
El administrador de este Club se declara incompetente para dar una respuesta, si alguien la conoce, favor de hacerse presente en cuerpo. O por lo menos en alma.
1 comentario:
Pues yo creo que sí, que a eso estamos condenados todos: a perseguir algo, lo que sea es lo de menos, porque si no se persigue algo no se está viviendo.
Yo, por lo menos, sé lo que persigo: la belleza, tanto crearla como adorarla, o sea, literatura y mujeres, dos asuntos en los que uno se puede llevar la vida.
Por eso es chingona la novela de Nabokov: reúne estas dos búsquedas y logra unirlas al final: la belleza de la novela y la mujer prohibida.
Después de eso, diría el Bardo tocayo, lo demás es silencio.
Saludos y abrazos.
Guillermo
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