1987
Tres hombres en una foto. El primero, lleva el pelo largo, tiene los ojos pintados de negro (decadentes, trágicos e intensos, como los de un borracho enamorado), chamarra rockera de piel y corbata de charro; el segundo, es un greñudo de pelo chino y bigotes rancheros, vestido de mezclilla y con un pin de Pedro Infante abotonado en el pecho, entre un sinfín de milagros; el tercero, viste un chaleco de charro y no lleva camisa, razón por la que se leen en su brazo los nombres tatuados de varias mujeres, todos ellos tachados a excepción de uno, el de la reina en turno, ese tiene un mirada retadora, de gandalla, de cabrón. La foto descansa en un peluche rosa mexicano. Es la portada del lp ¡Naco es chido!, de mi banda favorita, Botellita de Jerez; mismo que presté y hoy me devuelve mi amigo Benítez, el Compa.
A la salida de la secundaria una morrita de 2º H mira la foto de estos tres sujetos, lee la leyenda y me mira con infinito desprecio, para después decirles a sus amigas. ¡Qué gustitos! ¿Ya vieron lo que dice ahí “Naco es chido”?. Puta madre, pienso yo, y es que una de ellas me gusta (se llama Cecilia, no le vayan a decir). Pero según los chismógrafos que han llegado a mis manos, a ella le gustan Timbiriche, Menudo, Fresas con Crema y el putillo llamado Luis Miguel. Amén de unos pendejetes mamones que juegan basket ball y les gustan a todas las viejas de la escuela. O sea, no tengo esperanzas de nada. Aun así, siempre que pasa cerca de mí, me pongo nervioso.
Llego a mi casa, saco el disco de su chingonsísima funda y pongo la primera canción: Todos tienen tortita menos yo (que chingón suena el piano de Memo Briseño) que parece que la escribieron para mí. Es 1987 y en menos de seis meses cumpliré catorce años.
Para mi fortuna, mi hermano es más grande. Él y varios de nuestros amigos, me han enseñando grupos y discos mejores que los que se escuchan en las fiestas de la escuela y en el radio. Uno de ellos es Botellita, y a muy pocas personas de mi salón, o de la escuela incluso, les gusta. A veces hasta me preguntan ¿Por qué te gustan esos güeyes? Y yo solo atino a responder algo muy simple “porque me hacen reír”, aunque en el fondo no es solo eso, me gustan porque también me hacen pensar en otras cosas, porque además tocan chido y nadie lo hace igual que ellos. Porque tienen la mala leche de hacer una canción inspirada en el Alarma! y dedicaron uno de sus disco a Lola (la grande y la Trailera), y porque aparte Sergio Arau dibuja bien chingón, y en el Conecte sacan poemas bien cagados de Armando Vega Gil y porque el otro cabrón, Paco Barrios, el Mastuerzo, es bien alburero y me recuerda a mis amigos de la cuadra que son más grandes que yo.
2006
Ese que va ahí adelante es Paco Barrios, el Mastuerzo, le dije a mi sobrino. Ambos caminábamos con rumbo a las taquillas de la Arena Coliseo, donde esa misma noche tocaría Botellita de Jerez. La idea de ir a un concierto en la Coliseo, ya era por sí misma muy chingona. Y quien conozca el embudo de la Lagunilla sabe de qué hablo. La Coliseo es una maravilla y transforma a todo aquel que posa su pie en ella en un salvaje (no como la Arena México, donde todo es más civilizado). ¿Cuántas veces habré venido a ver funciones de lucha libre y box a este recinto? No lo se, pero si tengo muy presente cuánto me he divertido en este lugar.
Al llegar ala taquilla me recuerdo entrando con mis amigos, cada uno con una pachita de bacardí o presidente, para mezclarla con las pepsis que venden al interior. Me recuerdo mentando madres, viendo a las señoras deshacerse en groserías, a los gandallas que aventaban vasos con orines y gritaban “ahí va el agua”, al odio que despertaban El Satánico, El Gusano Yañez y el Gran Davis; a los luchadores en sus lances de la tercera cuerda, recuerdo también el tufillo a mota que se desprendía sin que yo me diera cuanta de donde provenía (y sin que me importara, de hecho). La fiesta, el desmadre, la emoción. Todo esto sin poses intelectuales de por medio. Todo esto antes que pulularan las camisetas de luchadores en la Condesa. Toda antes de que los mamones reinvindicaran algo que no necesitaba reinvindicación alguna -la lucha libre- alegando que es kitsch y retro (no mamar, señores, no mamar).
Un concierto en la Coliseo, y de Botellita, que a toda madre.
Nos acercamos al Mastuerzo y estrechamos su mano. No pude evitar una pregunta estúpida e impertinente, ¿Cómo les ha ido con la organización? El Mastuerzo nos mira a mi y al niño y responde, “Pues más o menos, pero no hay pedo, con los que vengan se va a poner chingón”.
Me meto a la arena en pleno soundcheck y veo los instrumentos arriba del ring, envueltos en peluche y pienso en lo que debe representar para ellos tocar aquí. Pienso en los conciertos de surf y sus adeptos enmascarados, y en cuántos años antes Botellita de Jerez ya rendía culto a la lucha libre y al Santo. Veo con alegría que la seguridad corresponde al mismo recinto, que es la misma que labora cada viernes, sábado y domingo; a quienes se puede burlar sin mayor dificultad. ¿Así que Botellita organizó su concierto sin ticketmaster y sin grupo Lobo? Esto me agrada. Por eso me caen bien estos cabrones.
Afuera de la Arena hay una planta de energía y una unidad móvil de televisión (Azteca) que supongo fue contratada por Sergio Arau quien actualmente filma un documental sobre la banda (y que de seguro quedará a toda madre, suponiendo que tiene material desde el 83 a la fecha).
Horas más tarde pasamos a las gradas (los boletos más baratos, de 150 pesos) y los cubeteros, vendiendo cervezas a discreción e indiscreción. Veo a la gente y encuentro a casi puros treintones, sino es que cuarentones. Aunque debo decir que abajo, en la sección de invitados había muchas féminas en sus veinte, y muchos enmascarados, que al poco rato se desprendieron de sus tapas por el calor agobiante.
Es curioso asistir a un concierto en un recinto de este calibre y esta naturaleza. La música ambiental nada tenía que ver con la que ponen, previa a un concierto de rock, en otros sitios. Aquí era obvio que la administración de la Arena había puesto lo que a ellos les daba la gana, valiéndoles madre los gustos del respetable.
Conforme pasaba el tiempo, veía que el recinto no se llenaba, lo que atrasó un poco el inicio del concierto. De pronto un trajeado de seguridad nos conminó -chifido arriero de por medio- a pasar a la zona de balcones, en vista que ya daría comienzo el recital y el lugar aun albergaba muchos lugares vacíos.
En eso se apagaron las luces y sonó la música de Rocky –no la de Eye of the Tigger, sino la de la primera película- y el presentador de las peleas de box y las luchas, anunció el arribo de los botellos, por sus alias (el Uyuyuy, el Mastuerzo y el Cucurrucucú) mismos que salieron corriendo por la rampa de luchadores, enmascarados (de verde, blanco y rojo), y acompañados de semidesnudas muñecas (inflables) en lugar de edecanes.
Ya instalados en el cuadrilátero, un redoble conocido del Mastuerzo anunció la intervención del maestro de ceremonias. Entonces el Armiados se arrancó con el “Heeeeeey familia, danzón dedicado a la raza y amigos que nos acompañan” y sus notas del danzón Nereidas, para así, tocar su manifiesto, el mismísimo Guacarrock.
De ahí en adelante no pararon, hasta casi dos horas después, para hacer un pequeño encore y regresar para enseñarle a la raza como se toca rock entierra de indios. Los temas tocados –que no recuerdo el orden- fueron ¡Saca!, Charrock and roll, San Jorge y el Dragón, Una, dos, tres probando, De fábula, Carefoca swing, De tripas cuajo y corazón, Guarda mi corazón, Oh Dennis, Ese (cover de Tin Tán), ¿Te gusta a ti ese son?, Ton’s que mi reina ¿A que hora sales al pan?, El Guacarrock del Santo, El Guacarrock de la Malinche y Tlalocman. Entonces se retiraron y solo volvieron, no con los gritos de “otra, otra”, ni con los de “Botella, botella”, sino hasta que, tal como en las luchas, el respetable se desganitó gritando “culeros, culeros”.
La segunda tanda fue Jefe de jefes (cover de los Tigres del Norte) y Alarmala de tos. Ya no volvieron, por cierto, incluso se fingieron desmayados y pasó a sacarlos la camilla que recoge a los luchadores cuando ya no responden.
Ahora bien, ¿Qué fue emotivo? Casi todo. Terminada la primera canción se despojaron de sus máscaras y “dijeron llamarse” Sergio Arau, Francisco Barrios y Armando Vega Gil. Solo Arau luce casi igual que entonces, Paco Barrios y Armambo ya exhiben sus cincuenta años de edad. Ya estando desenmascarados, Arau dijo, “estos somos nosotros, estos siempre seremos nosotros”. Entonces pensé en mí mismo y vi a mi sobrino de once años al lado mio. Pensé en cuánto he envejecido yo también, en la foto del disco de ¡Naco es chido! (no es mi disco favorito, pero si el que tiene la portada más chingona) y en la vieja de la secundaria que me gustaba entonces (¿cómo se llamaba?) y en cuánto habría cambiado ella.
Pensé en cómo fui seguidor de la banda mucho tiempo –incluso en sus épocas sin Arau, cuando la Baticumbia- y en todo lo que ha pasado, en cuántos años han sido y en cómo la magia sigue intacta.
Ya sin máscara, Armando dedico ¡Saca! a los responsables de la Ley Televisa, y no escatimó en mentadas de madre para Fernández de Cevallos, Vicente Fox y Martha Sagún (por solo citar algunos, repartieron parejo, o bueno, no parejo, más al PAN y al PRI). La respuesta del respetable era enardecida, nada que ver con las mamadas políticamente correctas de “Tu rock es votar”, Botellita demostró que en efecto es lo que ha sido siempre, un grupo carpero, desmadroso, irreverente y nada solemne (¿Cuántos grupos mexicanos no han valido madres por la solemnidad y el síndrome de tirar netas a diestra y siniestra?) ¿Y musicalmente? Pues ahí estaba la Arena vociferando todas las canciones. Todas.
Y cuando se equivocaban –un par de veces, no más- se pendejeaban entre sí y lo achacaban a la edad. Del mismo modo se daban madrazos, se pellizcaban el culo y jugaban a ser luchadores, incluso el Cucurrucucú se aventó un lance desde la primera cuerda, para luego aplicarle una llave –que no reconocí- a su muñeca inflable.
Ahora bien, el momento de coverear a Tin Tán no tuvo madre, y el Guacarrock del Santo, menos. Sin temor a exagerar, puedo afirmar que hubo un momento en que la canción no se escuchaba por los coros y vítores hacia el Santo.
Y no es lo mismo rendirle culto al Santo en un bar lounge de la Condechi –quizá frecuentado por los de “Tu rock es votar”- que rendirle culto en la Arena Coliseo, los verdaderos dominios del plateado.
Y bueno, en general así se dio el recital. No pasó nada extraordinario, pero si todo fue entrañable, y cada uno en su instrumento, y en las canciones que son solistas, dejó los huevos y el corazón, y eso, eso se agradece.
Por mi parte yo lo hago, sin tapujos y sin vergüenzas de ningún tipo. Me gusta un chingo Botellita de Jerez y les doy las gracias no solo por este recital, sino por hacer un trabajo tan chingón a través de todos estos años. Como bien interviniera el Uyuyuy, este concierto no solo dió cátedra de lucha de clases, también ofreció clases de lucha. Ojalá los rockeros nacionales más jóvenes se dieran cuenta que hay qué entrenar lo suficiente para romperse la madre ante la industria y el paso del tiempo, tal como estos tres cabrones.
Tres hombres en una foto. El primero, lleva el pelo largo, tiene los ojos pintados de negro (decadentes, trágicos e intensos, como los de un borracho enamorado), chamarra rockera de piel y corbata de charro; el segundo, es un greñudo de pelo chino y bigotes rancheros, vestido de mezclilla y con un pin de Pedro Infante abotonado en el pecho, entre un sinfín de milagros; el tercero, viste un chaleco de charro y no lleva camisa, razón por la que se leen en su brazo los nombres tatuados de varias mujeres, todos ellos tachados a excepción de uno, el de la reina en turno, ese tiene un mirada retadora, de gandalla, de cabrón. La foto descansa en un peluche rosa mexicano. Es la portada del lp ¡Naco es chido!, de mi banda favorita, Botellita de Jerez; mismo que presté y hoy me devuelve mi amigo Benítez, el Compa.
A la salida de la secundaria una morrita de 2º H mira la foto de estos tres sujetos, lee la leyenda y me mira con infinito desprecio, para después decirles a sus amigas. ¡Qué gustitos! ¿Ya vieron lo que dice ahí “Naco es chido”?. Puta madre, pienso yo, y es que una de ellas me gusta (se llama Cecilia, no le vayan a decir). Pero según los chismógrafos que han llegado a mis manos, a ella le gustan Timbiriche, Menudo, Fresas con Crema y el putillo llamado Luis Miguel. Amén de unos pendejetes mamones que juegan basket ball y les gustan a todas las viejas de la escuela. O sea, no tengo esperanzas de nada. Aun así, siempre que pasa cerca de mí, me pongo nervioso.
Llego a mi casa, saco el disco de su chingonsísima funda y pongo la primera canción: Todos tienen tortita menos yo (que chingón suena el piano de Memo Briseño) que parece que la escribieron para mí. Es 1987 y en menos de seis meses cumpliré catorce años.
Para mi fortuna, mi hermano es más grande. Él y varios de nuestros amigos, me han enseñando grupos y discos mejores que los que se escuchan en las fiestas de la escuela y en el radio. Uno de ellos es Botellita, y a muy pocas personas de mi salón, o de la escuela incluso, les gusta. A veces hasta me preguntan ¿Por qué te gustan esos güeyes? Y yo solo atino a responder algo muy simple “porque me hacen reír”, aunque en el fondo no es solo eso, me gustan porque también me hacen pensar en otras cosas, porque además tocan chido y nadie lo hace igual que ellos. Porque tienen la mala leche de hacer una canción inspirada en el Alarma! y dedicaron uno de sus disco a Lola (la grande y la Trailera), y porque aparte Sergio Arau dibuja bien chingón, y en el Conecte sacan poemas bien cagados de Armando Vega Gil y porque el otro cabrón, Paco Barrios, el Mastuerzo, es bien alburero y me recuerda a mis amigos de la cuadra que son más grandes que yo.
2006
Ese que va ahí adelante es Paco Barrios, el Mastuerzo, le dije a mi sobrino. Ambos caminábamos con rumbo a las taquillas de la Arena Coliseo, donde esa misma noche tocaría Botellita de Jerez. La idea de ir a un concierto en la Coliseo, ya era por sí misma muy chingona. Y quien conozca el embudo de la Lagunilla sabe de qué hablo. La Coliseo es una maravilla y transforma a todo aquel que posa su pie en ella en un salvaje (no como la Arena México, donde todo es más civilizado). ¿Cuántas veces habré venido a ver funciones de lucha libre y box a este recinto? No lo se, pero si tengo muy presente cuánto me he divertido en este lugar.
Al llegar ala taquilla me recuerdo entrando con mis amigos, cada uno con una pachita de bacardí o presidente, para mezclarla con las pepsis que venden al interior. Me recuerdo mentando madres, viendo a las señoras deshacerse en groserías, a los gandallas que aventaban vasos con orines y gritaban “ahí va el agua”, al odio que despertaban El Satánico, El Gusano Yañez y el Gran Davis; a los luchadores en sus lances de la tercera cuerda, recuerdo también el tufillo a mota que se desprendía sin que yo me diera cuanta de donde provenía (y sin que me importara, de hecho). La fiesta, el desmadre, la emoción. Todo esto sin poses intelectuales de por medio. Todo esto antes que pulularan las camisetas de luchadores en la Condesa. Toda antes de que los mamones reinvindicaran algo que no necesitaba reinvindicación alguna -la lucha libre- alegando que es kitsch y retro (no mamar, señores, no mamar).
Un concierto en la Coliseo, y de Botellita, que a toda madre.
Nos acercamos al Mastuerzo y estrechamos su mano. No pude evitar una pregunta estúpida e impertinente, ¿Cómo les ha ido con la organización? El Mastuerzo nos mira a mi y al niño y responde, “Pues más o menos, pero no hay pedo, con los que vengan se va a poner chingón”.
Me meto a la arena en pleno soundcheck y veo los instrumentos arriba del ring, envueltos en peluche y pienso en lo que debe representar para ellos tocar aquí. Pienso en los conciertos de surf y sus adeptos enmascarados, y en cuántos años antes Botellita de Jerez ya rendía culto a la lucha libre y al Santo. Veo con alegría que la seguridad corresponde al mismo recinto, que es la misma que labora cada viernes, sábado y domingo; a quienes se puede burlar sin mayor dificultad. ¿Así que Botellita organizó su concierto sin ticketmaster y sin grupo Lobo? Esto me agrada. Por eso me caen bien estos cabrones.
Afuera de la Arena hay una planta de energía y una unidad móvil de televisión (Azteca) que supongo fue contratada por Sergio Arau quien actualmente filma un documental sobre la banda (y que de seguro quedará a toda madre, suponiendo que tiene material desde el 83 a la fecha).
Horas más tarde pasamos a las gradas (los boletos más baratos, de 150 pesos) y los cubeteros, vendiendo cervezas a discreción e indiscreción. Veo a la gente y encuentro a casi puros treintones, sino es que cuarentones. Aunque debo decir que abajo, en la sección de invitados había muchas féminas en sus veinte, y muchos enmascarados, que al poco rato se desprendieron de sus tapas por el calor agobiante.
Es curioso asistir a un concierto en un recinto de este calibre y esta naturaleza. La música ambiental nada tenía que ver con la que ponen, previa a un concierto de rock, en otros sitios. Aquí era obvio que la administración de la Arena había puesto lo que a ellos les daba la gana, valiéndoles madre los gustos del respetable.
Conforme pasaba el tiempo, veía que el recinto no se llenaba, lo que atrasó un poco el inicio del concierto. De pronto un trajeado de seguridad nos conminó -chifido arriero de por medio- a pasar a la zona de balcones, en vista que ya daría comienzo el recital y el lugar aun albergaba muchos lugares vacíos.
En eso se apagaron las luces y sonó la música de Rocky –no la de Eye of the Tigger, sino la de la primera película- y el presentador de las peleas de box y las luchas, anunció el arribo de los botellos, por sus alias (el Uyuyuy, el Mastuerzo y el Cucurrucucú) mismos que salieron corriendo por la rampa de luchadores, enmascarados (de verde, blanco y rojo), y acompañados de semidesnudas muñecas (inflables) en lugar de edecanes.
Ya instalados en el cuadrilátero, un redoble conocido del Mastuerzo anunció la intervención del maestro de ceremonias. Entonces el Armiados se arrancó con el “Heeeeeey familia, danzón dedicado a la raza y amigos que nos acompañan” y sus notas del danzón Nereidas, para así, tocar su manifiesto, el mismísimo Guacarrock.
De ahí en adelante no pararon, hasta casi dos horas después, para hacer un pequeño encore y regresar para enseñarle a la raza como se toca rock entierra de indios. Los temas tocados –que no recuerdo el orden- fueron ¡Saca!, Charrock and roll, San Jorge y el Dragón, Una, dos, tres probando, De fábula, Carefoca swing, De tripas cuajo y corazón, Guarda mi corazón, Oh Dennis, Ese (cover de Tin Tán), ¿Te gusta a ti ese son?, Ton’s que mi reina ¿A que hora sales al pan?, El Guacarrock del Santo, El Guacarrock de la Malinche y Tlalocman. Entonces se retiraron y solo volvieron, no con los gritos de “otra, otra”, ni con los de “Botella, botella”, sino hasta que, tal como en las luchas, el respetable se desganitó gritando “culeros, culeros”.
La segunda tanda fue Jefe de jefes (cover de los Tigres del Norte) y Alarmala de tos. Ya no volvieron, por cierto, incluso se fingieron desmayados y pasó a sacarlos la camilla que recoge a los luchadores cuando ya no responden.
Ahora bien, ¿Qué fue emotivo? Casi todo. Terminada la primera canción se despojaron de sus máscaras y “dijeron llamarse” Sergio Arau, Francisco Barrios y Armando Vega Gil. Solo Arau luce casi igual que entonces, Paco Barrios y Armambo ya exhiben sus cincuenta años de edad. Ya estando desenmascarados, Arau dijo, “estos somos nosotros, estos siempre seremos nosotros”. Entonces pensé en mí mismo y vi a mi sobrino de once años al lado mio. Pensé en cuánto he envejecido yo también, en la foto del disco de ¡Naco es chido! (no es mi disco favorito, pero si el que tiene la portada más chingona) y en la vieja de la secundaria que me gustaba entonces (¿cómo se llamaba?) y en cuánto habría cambiado ella.
Pensé en cómo fui seguidor de la banda mucho tiempo –incluso en sus épocas sin Arau, cuando la Baticumbia- y en todo lo que ha pasado, en cuántos años han sido y en cómo la magia sigue intacta.
Ya sin máscara, Armando dedico ¡Saca! a los responsables de la Ley Televisa, y no escatimó en mentadas de madre para Fernández de Cevallos, Vicente Fox y Martha Sagún (por solo citar algunos, repartieron parejo, o bueno, no parejo, más al PAN y al PRI). La respuesta del respetable era enardecida, nada que ver con las mamadas políticamente correctas de “Tu rock es votar”, Botellita demostró que en efecto es lo que ha sido siempre, un grupo carpero, desmadroso, irreverente y nada solemne (¿Cuántos grupos mexicanos no han valido madres por la solemnidad y el síndrome de tirar netas a diestra y siniestra?) ¿Y musicalmente? Pues ahí estaba la Arena vociferando todas las canciones. Todas.
Y cuando se equivocaban –un par de veces, no más- se pendejeaban entre sí y lo achacaban a la edad. Del mismo modo se daban madrazos, se pellizcaban el culo y jugaban a ser luchadores, incluso el Cucurrucucú se aventó un lance desde la primera cuerda, para luego aplicarle una llave –que no reconocí- a su muñeca inflable.
Ahora bien, el momento de coverear a Tin Tán no tuvo madre, y el Guacarrock del Santo, menos. Sin temor a exagerar, puedo afirmar que hubo un momento en que la canción no se escuchaba por los coros y vítores hacia el Santo.
Y no es lo mismo rendirle culto al Santo en un bar lounge de la Condechi –quizá frecuentado por los de “Tu rock es votar”- que rendirle culto en la Arena Coliseo, los verdaderos dominios del plateado.
Y bueno, en general así se dio el recital. No pasó nada extraordinario, pero si todo fue entrañable, y cada uno en su instrumento, y en las canciones que son solistas, dejó los huevos y el corazón, y eso, eso se agradece.
Por mi parte yo lo hago, sin tapujos y sin vergüenzas de ningún tipo. Me gusta un chingo Botellita de Jerez y les doy las gracias no solo por este recital, sino por hacer un trabajo tan chingón a través de todos estos años. Como bien interviniera el Uyuyuy, este concierto no solo dió cátedra de lucha de clases, también ofreció clases de lucha. Ojalá los rockeros nacionales más jóvenes se dieran cuenta que hay qué entrenar lo suficiente para romperse la madre ante la industria y el paso del tiempo, tal como estos tres cabrones.
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