Del primero de ellos me permito reproducir un momento cumbre, del filme El Gran Dictador, que dicho sea de paso, fue un escupitajo a la cara de Adolf Hitler, justo cuando Hitler era uno de los hombres más poderosos -y peligrosos- del mundo; y que si bien condenaba el nazismo, le valió al buen Chaplin una persecución y satanización del gobierno norteamericano, por "comunista". ¿No está poca madre llevar el arte hasta estas consecuencias. desafiar de esa forma al nazismo?
Un barbero de un getto judio es fisicamente idéntico a un dictador fascista, a tal grado que lo suplanta y justo cuando el fürer debe arengar a las masas en sus afanes de conquistar el mundo y luchar por la cusa del nuevo orden, el modesto barbero lanza este discurso:
Lo siento, pero no quiero ser emperador. No es lo mío. No quiero gobernar o conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todo el mundo, si fuera posible. A judíos, gentiles, negros, blancos. Todos queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos somos así. Queremos vivir para la felicidad y no para la miseria ajena. No queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede proveer a todos. El camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido el camino.
La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio, nos ha llevado al paso de la oca a la miseria y a la matanza. Hemos aumentado la velocidad. Pero nos hemos encerrado nosotros mismos dentro de ella. La maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos poco. Más que maquinaria, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y cortesía. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá. El avión y la radio nos han aproximado más. La verdadera naturaleza de estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama por la fraternidad universal, por la unidad de todos nosotros.
Incluso ahora, mi voz está llegando a millones de seres de todo el mundo, a millones de hombres, mujeres y niños desesperados, víctimas de un sistema que tortura a los hombres y encarcela a las personas inocentes. A aquellos que puedan oírme, les digo:
No desesperen. La desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de la avaricia, la amargura de los hombres, que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que arrebataron al pueblo volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueren, la libertad no perecerá jamás.
¡Soldados! ¡No se entreguen a esas bestias, que los desprecian, los esclavizan, que gobiernan sus vidas; que les ordenan lo que hay que pensar y lo que hay que sentir! Que los obligan a seguir instrucciones, que los racionan y los tratan como a ganado y los utilizan como carne de cañón. ¡No se entreguen a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquina con inteligencia y corazones de máquina! ¡Ustedes no son máquinas! ¡Son hombres! ¡Con amor en sus corazones! ¡No odien! ¡Sólo aquellos que no son amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados! ¡Soldados! ¡No den la vida por la esclavitud! ¡Háganlo por la libertad!
En el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el reino de Dios se halla dentro del hombre, ¡no de un hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres! ¡En ustedes! Ustedes, el pueblo, tienen el poder, el poder de crear máquinas. ¡El poder de crear felicidad! De hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos todos. Lucharemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los ancianos seguridad. Prometiéndoos todo esto, las bestias han subido al poder. ¡Pero mienten! No han cumplido esa promesa. ¡Y no la cumplirán!
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