jueves, julio 31

Adiós, maestro

No están ustedes para saberlo, pero en una de las épocas más tristes de mi vida bebía mucho y todos los sábados padecía crudas espantosas por las mañanas. Sin embargo, no lo pasaba tan mal, ya que me levantaba temprano, me enfilaba al Hijo del Cuervo en Coyoacán y -sentadito, con mis gafas oscuras- me disponía a escuchar La Iliada y luego la Odisea, en voz del maestro Alejandro Aura y sus invitados.
Algunas veces me acerqué a saludarlo, al término de la lectura. Siempre me saludaba de muy buena gana (a pesar de mi aspecto de zombie y mi tufo a Bacardi Blanco), incluso, a veces me decía "señor escritor", y es que en algún momento le pedí que si leía mis poemas (entonces yo escribía poemas, muy malos, por cierto) a lo que él respondió que sí, que con mucho gusto. Pero como la responsabilidad no era lo mio, nunca le mostré nada. Aún así siempre tenía esas atenciones, conmigo y con varios de los que ibamos a escucharlo.
En general era un tipo que siempre me cayó bien, lo leí por primera vez en mi adolescencia y durante muchos años su libro de poemas "Cinco veces", me acompañó como una de mis lecturas predilectas. Me encantaba el hecho de que había sido amigo de Efraín Huerta, mi poeta favorito. De hecho, hay un poema que le dedica a Huerta en su muerte, que está de poca madre.
En fin, hoy me enteré de su muerte y lo lamenté profundamente, no fue mi amigo personal ni mi maestro, pero aún así me pareció muy triste. Los poemas que pongo a continuación son suyos.

Giran.

La muerte, a besos,

se los traga un tiempo

y los devuelve a gritos.

¿En qué rincón de esta casa

los escondes?

Los malditos,

los pájaros ciegos,

los recuerdos.


***


No tengo la intención

de ser feliz

pero amo a mi mujer,

adoro a mis amigos,

y la naturaleza,

las dos naturalezas

me hacen grande,

como un amante futuro,

antiguo y verdadero.

El presente me ama.

No tengo la intención

de ser feliz,

mi trabajo no me lo permite.


***


Métete en mi corazón, carajo;

rómpeme la piel

y abre camino,

trázame un ancho camino

por donde libre y carcajeante

vaya y venga la espumosa muerte.



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