lunes, junio 9

Divagaciones insomnes 1: los dados cargados

Antes que nada, perdón que me ponga bíblico.

Hace poco, hace muy poco de hecho, hablaba sobre Jesús, el autollamado “hijo del hombre”, uno de mis personajes favoritos. La charla giraba en torno a la percepción que se tiene de él, y yo recordaba haber leído en un libro muy bueno (Enseñanzas Zen de Jesús, de Kenneth S. Leong) que uno de los errores históricos de la interpretación de Jesús es que se le toma como un profeta cuando en realidad era un poeta. Al respecto pienso en una de sus frases más cabronas y desafiantes, aquella que les escupió en la cara a los fariseos que buscaban ponerle un cuatro: “Destruyan este templo y yo lo reconstruiré en tres días”.

Lo anterior se entendió como un desafío de magalomanía, en el que les avisaba a los fulanos en cuestión que si derrumbaban el Templo de Salomón, él podría hacer uso de sus poderes milagrosos y levantarlo piedra por piedra, para dejarlo como nuevo. Sin embargo –y he aquí lo chingón del asunto-, Jesús se refería a su propio cuerpo como el templo. Es decir, al cuerpo como recinto del alma, y por ello, al cuerpo como el lugar donde mora Dios. Así pues el templo era él mismo, Dios es la vida y el acto de reconstruirla, la resurrección. Y bueno, esto último puede tomarse literal o metafóricamente. Pudo haberse referido a una resurrección en la que un cadáver vuelve a ser un cuerpo con vida, o bien, puede referirse a cuando el mundo te ha dado en la madre y te reinventas a ti mismo, cuando una voz interna te ordena: levántate y anda. Yo me quedo con esta última posibilidad.

Uno de mis libros favoritos es Biografía del fracaso, de Luis Antonio de Villena (uno de los escritores vivos que más respeto), una serie de ensayos literarios sobre grandes genios perdedores. En él, el maestro habla sobre el papel heroico que tienen ciertos perdedores y cita a Cioran –ni más, ni menos-, quién dice: “Despréndete de todo para convertirte en el centro metafísico, tú única ganancia, tu único destino. Que al perderlo todo, ese triunfo te sea motivo de regocijo y en los fracasos descubras rayos de luz para tu aureola”.

Párrafos más delante De Villena apunta: “El maldito es un rebelde activo, el perdedor, un rebelde pasivo. El maldito acusa, grita, blasfema, cree –probablemente- que podría triunfar, aunque no lo espera. El maldito apuesta por un mundo diferente, que acaso la utopía volverá realidad. El perdedor (más resignado o herido) cree saber que la derrota es eterna y que el mundo siempre será de los triunfadores, esto es, de los horribles. El maldito cree en el ritual y en el maquillaje bárbaro. El perdedor, en la palidez que indica sólo eternas conexiones con la luna”.

(Paréntesis literario: Hemingway fue un maldito; Fitzgerald, un perdedor y un licántropo).

Tomando en cuenta ambas citas y volviendo a la anécdota de Jesús, creo que en efecto, el mundo siempre será de los triunfadores, a los que De Villena llama los horribles. ¿Quién ganó en esa historia? Pues los fariseos. Ellos ganaron entonces y seguirán ganando siempre. Como diría Leonard Cohen, son aquellos que juegan con los dardos cargados: “tomo mundo sabe que los dados están cargados, todo mundo va por la vida prometiendo con los dedos cruzados, todo mundo sabe que la guerra terminó, todo mundo sabe que los buenos perdieron y que la pelea estaba arreglada: el pobre seguirá pobre y el rico seguirá siendo rico. Así es la vida, todo el mundo lo sabe”.

Es muy curioso como se ha estigmatizado al perdedor, al grado de ser uno de los insultos más choteados de la cultura norteamericana, y difuminados en la nuestra gracias a la globalización del menosprecio (gracias Adal Ramones, por los favores recibidos). Yo creo firmemente en la reinvidicación del perdedor, ya que el que perdió fue parte del juego. Los que nunca pierden son aquellos que nunca lo han intentado o bien, los que siempre han jugado con trampas. Son pues, los mediocres y los tramposos.

En cambio en el perdedor hay batallas internas y externas que lo acercan a la humildad y la sabiduría. Al margen de creencias religiosas ahí está la imagen de Jesús crucificado, aunque posteriormente resucitado; Edipo agobiado por la culpa de haber matado a su padre y fornicado a su madre, despreciado por el mundo y -después de haberse sacado los ojos- ciego, pero con facultades de profeta. Romeo y Julieta muertos, sin embargo libres.

Me gusta pensar en que los seres humanos somos templos, y que si se nos destruye, podemos reconstruirnos en tres días (aunque a veces esos tres días duren décadas... ¿o no será que esos tres días sean los tres actos aristotélicos, presentes en toda estructura mítica?). Me gusta pensar que hay boxeadores que se levantan antes que concluya la cuenta del referi, o que se arrepientan de haber arreglado la pelea y no se dejen ganar. Me gusta que tengamos la posibilidad de quemar las naves y patear el pesebre, si es qu eno nos gusta de donde venimos. Me gusta pensar que Romeo y Julieta renunciaron a ser un Montesco o un Capuleto, para ser un hombre y una mujer. Me gusta pensar que haya gente que ponga en evidencia que lo perfecto no existe, y que todo el mundo sepa (aunque pocos lo acepten) que los dados están cargados.

A propósito, dejo un regalito de YouTube, un fragmento de Exótica, de Atom Egoyan.

2 comentarios:

Atzin dijo...

Y a mí me gusta leer a quienes pueden expresar con desparpajo que este mundo es una mierda, pero que precisamente por eso hay vivirlo al máximo. O sea, comprometidos (no con un tono fatalista, sino liberador).
Heroica divagación, compañero. Bah, dejémonos de mamadas… ¡chingona!
M.

jcdeleon dijo...

el mejor de todos siempre ha sido solo y fracasado; hay que temerle, es capaz de lo impensable.
estimado, dónde encuentro adiós princesa?
saludos//